domingo, 23 de septiembre de 2018

Centenario de la Independencia de México


Casi podría asegurarse que el presidente Porfirio Díaz, apenas vio nacer el siglo XX empezó a cavilar un plan para celebrar las fiestas del Centenario. Díaz estaba seguro de que el país había dado un salto, aun cuando seguía siendo eminentemente agrícola. Era evidente el auge producido por la exportación de minerales. Las vías construidas desde su ascenso al poder habían pasado de 670 kilómetros a 19 mil y estaban en funcionamiento cerca de 70 mil unidades mecánicas-textiles. Sin embargo, no todo eran cuentas felices, México recién comenzaba a planear su producción acerera, mientras que los Estados Unido, Alemania, Inglaterra y Francia producían 16 millones de toneladas, referencia obligada para medir el índice de desarrollo de cualquier país en esa época.
Díaz no ignoraba los grandes contrastes y la pobreza motivada por los bajos ingresos de los sectores desposeídos integrados por miles y miles de peones que vivían en condiciones deplorables en el campo, sujetos a los caprichos de terratenientes y hacendados. Pensaba también que todo era cuestión de tiempo, de aplicar la consigna de “órden y progreso” que le permitiría al país alcanzar a las grandes potencias.
Sin duda, la primera década del siglo XX fue profusa en obra civil y suntuaria, incluyó desde luego inauguración y puesta en funcionamiento de edificios públicos, obras hidráulicas unidades de transporte y comunicaciones, urbanización, alumbrado, monumentos conmemorativos, teatros, escuelas, centros de investigación y muchas otras actividades patrióticas y culturales, en la medida en que la fecha se iba acercando.
Todo esto no era nuevo, muchos años atrás se había iniciado la construcción de monumentos para exaltar a las figuras que según el criterio del régimen se habían destacado en la defensa del territorio, enfrentando a los españoles en 1521, en la lucha por la independencia de la nación, en la guerra de Reforma y en la defensa del territorio contra la intervención francesa. En suma, se trataba de recuperar todos los valores que pudieran contribuir a la construcción de una identidad propia que nos diferenciara y afianzara como nación en el concierto mundial.
Era explicable que esto fuera así, más allá de las dudas que pudiera haber sobre la realidad de los hechos y la objetividad con la que éstos se juzgaban. La condición de país colonial primero y de nación agredida después posibilitó la creación de los mitos y de los héroes en la humanidad de aquellos a quienes les tocó estar en el filo de la historia para enfrentarse en circunstancias difíciles al enemigo, y al mismo tiempo asumir la representación de un anhelo colectivo: defender y engrandecer la patria.

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